jueves, 18 de noviembre de 2010

MARIPOSA EN LA COCINA (RELATO). AUTOR JOHAN ROSARIO


Un tipo normal, Jiménez. Así entró esa mañana a la librería. La veía siempre de camino al trabajo. Una angosta puerta, el letrero, casi imperceptible, Librería Tessaurus, pase ud. Nunca se decidía a entrar, pero aquella mañana de domingo, vestido con ropa deportiva, mientras se dirigía al parque para exorcizar los demonios de la semana con una caminata, se dispuso a entrar. Un tipo normal este Jiménez. No es que su normalidad lo hiciese destacar, era, podría decirse, un rostro en el transporte público. Jiménez trabajaba en la oficina de abogados Comprés y Asociados. Hablaba para notificar embargos y resoluciones de juzgados, para ofrecer negociaciones antes de que se tuviera que desalojar el inmueble. Jiménez recibía por semana un millar de acusaciones y denuestos, de jodete hijo e' tu madre, y por favor licenciado. Jiménez odiaba su trabajo. Pero era domingo, y los domingos son un tributo al absurdo... Misa a las 9:00 con empanadas El Cáñamo, sonrisas oscuras en los rostros de tanta gente maleada que bendice sin alma, parques con algodones de azúcar, chicharrones preparados con aceite viejo y cazabe sin sal, Marusa que cruza anunciando con infantil entusiasmo el periodico de ayer, y niños en bicicletas rojas de rodillas raspadas. Los domingos la muerte nos mira a los ojos. En alguna parte Jiménez leyó que no había otro día de la semana en que más gente se suicidara.Jiménez escuchó las campanitas que muchos negocios insisten en colgar en la puerta como si la navidad durara todo el ano. Un hombre pequeño le saludó amablemente con una inclinación de la cabeza, que luego se hundió rápidamente en las cuentas, con sus anteojos cayendo por la nariz, apretando los botones de la calculadora con un lapicero. Jiménez sorteó los altos libreros a través de pasillos estrechos; guiado por pequeñas etiquetas, hojeó los libros de ciencia ficción, terror, psicología, recetarios, autoayuda y hágalo ud. mismo. A la vuelta de un librero, Jiménez chocó con una muchacha. Los dos se inclinaron simultáneamente para recoger los libros. Jiménez vio el título de dos, una novela sobre la era de Trujillo, que ya tanto cansan, y un thriller norteamericano, con un lobo de portada y una etiqueta dorada, Best Seller, llamado Noche estrellada.Le alcanzó los libros con una sonrisa. Era bonita, de ojos tan azules como el cielo cuando el Sol vence a las nubes. Un segundo de silencio.-¿Tienes tiempo?- dijo, y ella lo miró desconcertada.-¿Cómo?-Sí, para que me recomiendes un libro.La mujer dudó por varios segundos. Tenía un pantalon jeans que no le hacía honor a su cuerpo de prominentes curvas y su largo cabello estaba recogido y húmedo, señal de que había salido de prisa de su casa, agarrando lo primero que encontró, sin pensar que un extraño le pudiera pedir opiniones literarias.-No sé, ¿qué clase de libros te gustan?- De cualquier tipoLo miraba sin hacerlo. Jiménez no lograba apresar la mirada de sus ojos. Pero apenas la vio, pensó que quizás ella podría ser el amor de su vida. Diario pensaba en eso, Jiménez, un tipo normal y al cuadrado, en todo; solía reír cuando escuchaba constantemente que las mujeres pensaban tenerlo, perderlo, odiarlo, al amor de su vida, curioso concepto. El amor eterno dura tres meses, le decía Ángel, su viejo amigo de la universidad.-Pues a mí sólo me gustan las biografías--¿En serio? ¿Y ese libro de Trujillo?--Es un encargo-- ¿Y qué clase de biografías lees?- De todo, de artistas, de reyes, de emperadores, de asesinos, de mujeres, no sé, me interesan todas las vidas.Ahora sí lo miró a los ojos de nuevo. Eran bellos, tontos, inmortales, de un azul tan intenso que hechizaba mirarlos por mucho tiempo. Cruzó por la cabeza de Jiménez la comisura de los labios revolviéndose contra su piel. El temblar de su cuerpo ante el escrutinio de sus dedos.-A mí me gustan las historias de amor. Pero las reales. ¿Conoces a Gilles de Rais?Ella negó con la cabeza.-Era el lugarteniente de Juana de Arco. Fue su mayor creyente, pero también su humilde enamorado. La amó con locura, como los mejores amores, y cuando ella murió en la hoguera, virgen, el conde perdió la cabeza y mató a muchas mujeres y niños en ritos para obtener la inmortalidad. Quizás porque tenía miedo de Dios, quizás porque firmó un trato con el diablo para recuperar a Juana.- ¿Y a él qué le pasó?-Pronto se iniciaron las investigaciones, y frente al jurado de la santa inquisición, no negó sus crímenes. Murió ahorcado en una mañana nublada, en un prado verde, camino a Nantes.Después de eso, ella pareció intranquilizarse y miró el reloj de pared a la derecha.-Mira – dijo Jiménez-, no soy un loco. No sé, es que me llamó la atención que una joven como tú, tan linda y todo eso, entrara a una librería, ahora que las muchachas de tus cualidades andan mas pendientes de Aventura o Tony Dize y los blimblines, en aretes por la lengua y el ombligo al aire. No sé, eso me cautivó. Debes saber lo que se siente a veces estar solo. ¿Verdad? No es que me moleste mi soledad, sólo que a veces es dura. ¿Lo sabes?- Sí, lo sé- y lo miró con unos ojos tiernos, aunque nada dijo sobre la insinuacion sobre la perdicion en segun Jimenez anda la juventud. Debió haberle gustado de inmediato. Jiménez sólo tenía que pedir un teléfono o invitarle un café y hablar de cosas tontas, fingir que le interesaba que ella se llamaba Ana, que estudiaba relaciones internacionales, que le gustaban los gatos y andar en el nuevo Metro de Leonel, preguntarle cosas sin importancia; luego, invitarla a su apartamento, sin duda ella hubiera aceptado. En cambio, empezó a hablar de loqueras y ella sintió la necesidad de irse. -Oye, se me está haciendo tarde, te me cuidas y ojalá encuentres un libro que te guste- dijo, mientras buscaba colarse hacia la puerta.Jiménez la vio pagar. Siguió con la mirada su figura hasta la salida. Jiménez se volvió hacia el estante con las obras internacionales donde alcanzó a ver muy claramente el título en el lomo de un libro rojo: En busca del tiempo perdido. Y después escuchó ruedas arañando la acera, un golpe, seco, infinito, y un grito lejano. Fue hacia la salida, el hombre de anteojos ya había salido, y cuando dio a la calle, sobre el asfalto húmedo, un carro Toyota Corolla destrozado con manchas escarlatas en el bonete, y el cuerpo, a muchos metros, de la misma muchacha con que habló. Corrió hacia dónde ella estaba. Pensó que sus ojos lo miraron antes de expirar.- ¿Es conocida suya?- No.-Hable a un hospital, hombre, por favor.Jiménez se levantó y fingió que iba a buscar un teléfono. Luego llegó a casa, miró por dos horas la televisión antes de tirarse a dormir por el resto del día. Cuando despertó, encontró una mariposa en la cocina. La miró por horas. Un tipo extraño, Jiménez. Un tipo extraño que nunca había creído en el amor. Y ahí estaba, con la sensación de haber perdido a su Juana. Con su cordura pendiendo de un hilo. Nada, sólo eso. Y el domingo que acaba y todos a dormir porque mañana hay trabajo loco en la oficina. (Extraído del libro "Amores que matan", de Johan Rosario).-

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