sábado, 20 de febrero de 2016

EL HURACÁN QUISO TRAGARSE LA MONTAÑA

El huracán quiso tragarse la montaña, las evidencias estaban ahí en sus paredes dibujadas por las garras, en los árboles caídos, en los techos que saltaron al aire, en los aterradores efectos de toda la gente y los animales.

Por Tony Rodríguez

REPÚBLICA DOMINICANA.- Las huellas de Erik Ekman aún surcan la cordillera del pico más alto de Las Antillas. El descubridor de la flora dominicana vino de lejos, en misión como botánico desde Suecia, pero más que a República Dominicana estaba asignado a Brasil, Cuba y La Española.

Erik Ekman
Un ambiente completamente selvático cubría la montaña llamada Cordillera Central, con su aneroide el científico sueco iba midiendo la altura de La Pelona Grande, nombre que precedió al de Pico Duarte, que en honor al padre de la patria dominicana bautizaron los legisladores.  Allá, en lo más alto, donde hoy está sembrado el busto de Juan Pablo Duarte y la bandera tricolor, la altura es de 3,098 metros sobre el nivel del mar.

Durante tres años de labor en territorio dominicano, Ekman pudo descubrir miles de especies, las cuales iba registrando en sus cuadernos, con la intención de presentar al mundo un esbozo de la diversidad natural presente en el Caribe y otros lugares por los que anduvo.  Pero la muerte lo sorprendió aquí, a los 47 años, quedando su cuerpo atrapado en la isla, sin oportunidad de regresar a Estocolmo, su ciudad.

Su registro alcanzó a nombrar más de 16,500 especies herbarias en el habitad que comparten Haití y República Dominicana.  Estos hallazgos están depositados en el Museo Nacional de Suecia.

Un dato que muchos ignoran, el Pico Duarte está ubicado en la provincia La Vega, al que pertenecen los municipios Jarabacoa y Constanza.

Tras el paso del huracán George en septiembre de 1998, fui asignado como reportero del periódico El Nacional, a hacer una relación de los daños dejados por el fenómeno atmosférico y de la condición emocional y material de las comunidades ubicadas entre Jarabacoa y Constanza, donde por una noche, quedó literalmente atrapado el ciclón.

Fue la noche en que George se perdió a los radares, pareció morir la tormenta, cuando la realidad fue que atormentó las paredes de las montañas, rasgó al extremo de que sus garras eran evidentes al segundo día de su ida.

La misión integrada por fotógrafo, chofer y reportero se desplazó por el camino de Jarabacoa.  Ríos desbordados en todo el trayecto, árboles caídos, comunidades que no salían del asombro.

El trayecto hacia Constanza debía hacerse por dentro, como le llaman a la carretera que une a este municipio con Jarabacoa, varios puentes se habían caído, entre ellos el que atraviesa sobre el río Tireo, por la vía principal.

Los árboles aún reposaban desnucados en la carretera, entonces sin asfalto. No bastaba lo obsoleto del camino, sino la cantidad de obstáculos que se sumaron por los destrozos del huracán.  Avanzamos limpiando a manos peladas, como obreros municipales, como socorristas voluntarios, como aventureros extremos.

Los testimonios de lugareños indicaban que el ciclón chilló durante la noche en que quedó atrapado, que por ratos callaba, y volvía a gruñir.  Un ambiente de oscuridad eterna, las montañas bailando las danzas del viento, la música soplada y silbada y la perturbación interminable de toda la gente que esa noche no durmió.

El huracán quiso tragarse la montaña, las evidencias estaban ahí en sus paredes dibujadas por las garras, en los árboles caídos, en los techos que saltaron al aire, en los aterradores efectos de toda la gente y los animales.

El tiempo lo cura todo con olvido.  Si la memoria de generaciones acepta despojarse de aquellas historias conmovedoras de gente que ya murió, de adolescentes que ya son abuelos, de campesinos que abandonaron el campo y asumieron la memoria urbana.

El legado de Erik Ekman prevalece, no solo en las montañas, sino en toda la isla y en un mundo global que todo lo divulga y nada oculta.


El huracán George dejó sus huellas en mismos lugares, pero la naturaleza paga sus daños, y el mundo volvió a ser verde, y los herbarios crecieron para homenajear al botánico que decidió nombrar la flora dominicana y descubrir la altura de La Pelona Grande, y dejarse morir aquí para que su grandeza sea parte de nuestra historia.

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