martes, 13 de septiembre de 2011
OCULTAR CON UN DEDO
TONY RODRIGUEZ //
La ola delincuencial que atemoriza a los santiagueros no tiene su origen en los actos de sicariato recientes que han costado la vida de cinco extranjeros.
El origen y las causas más profundas están asociados al colapso de las zonas francas en 2007. La fuente de empleos privados más importante de la región norte de República Dominicana, por más de 25 años estuvo asociada a las fábricas exportadoras de productos ensamblados por personal criollo.
Por un cuarto de siglo, todo el flujo migratorio del norte, se concentró en Santiago, por los empleos de las fábricas, del comercio, la construcción y la amplia dinámica productiva.
Ahora nos toca lamentarnos, de la consecuencia dejada por la migración, los innúmeros barrios levantados sin planificación debajo de puentes y encima de cañadas, de las pensiones construidas al granel en derredor de la gran Zona Franca, de los cientos de colmados, bares, quincallerías, que se formaron por la fuerte concentración de empleos en esta ciudad.
Incluso, la migración haitiana, atraída por las construcciones y por las múltiples oportunidades de sobrevivencia de vecinos nuestros, que huyeron de la miseria para arrimarse aquí, en un ambiente de mejores condiciones económicas.
Ahora vemos a un Santiago de capa caída, con escasas posibilidades de empleo, con chiriperos de distintos niveles sociales, con atracos, secuestros y asesinados por paga, a todas horas.
Pero la crisis santiaguera no se queda en el fracaso de la producción del nivel privado. Hay que agregarle, la irresponsabilidad del gobierno, de concentrar la inversión pública en la capital y en el denominado Gran Santo Domingo.
El 46 por ciento de toda la inversión en construcción se queda en un reducido espacio del país, y en obras puntuales, que constituyen la materialización de un sueño de un hombre.
En abril, la CID-Gallup reportó que la popularidad del presidente Leonel Fernández había descendido a un 26 por ciento, la más baja entre los mandatarios de Centroamérica y el Caribe. Esta vez, septiembre, la CID-Latinoamericana registra una nueva recaída de Fernández, a un 19 por ciento. Eso es a nivel nacional.
Pero en Santiago la situación es peor, debido a los índices de delincuencia, más que criminalidad, la delincuencia expresada en atracos, microtráfico, rivalidades de vándalos en disputa de territorios, ha sembrado el miedo en la población.
La crisis económica global, por un lado, la disminución de las remesas, el desempleo, la baja inversión pública, la marginación social, el espejismo urbano, están creando el desorden y la imposibilidad de convivir en paz, de circular libremente por calles, de la seguridad ciudadana, en sentido más específico.
Ahora el presidente Fernández, tras encabezar un panel en que se pusieron de manifiesto las distintas razones del desorden social y del pánico que se siente en la sociedad santiaguera, se propone visitar todos los meses la plaza. Ahora, que parece demasiado tarde.
Ahora que le restan menos de once meses a su gobierno, y que no hay tiempo ni recursos, para volcar la inversión pública ni reparar a una generación de desordenados sociales, que ha crecido en la marginalidad plena, en barrios, en pensiones, debajo de puentes, encima de cañadas.
Pero la voluntad puede más que la incertidumbre, sobre todo si hay recursos. Hay que esperar que el presidente Fernández reduzca un poco la inversión pública en la capital, y comparta un poco del pastel con los santiagueros.
Solo así, con voluntad y recursos, expresadas en medidas directas que tiendan a variar los prejuicios de los marginados, se puede mitigar el pánico y la ola delincuencial que azota y hace desvivir al pueblo santiaguero.
Señor presidente, no pretenda tapar con un dedo las verdaderas razones del pánico y el fracaso de la economía santiaguera, invierta y disponga la voluntad de su gobierno para encarar con eficiencia los males que agobian a esta sociedad.
A la delincuencia hay que reprimirla, pero más que todo, hay que evitarla con medidas que contengan el descontento social impulsado por la impotencia, la hambruna, el desempleo, la falta de oportunidades y el contraste de un funcionariado opulento y grotesco que nos quiere manipular con estadísticas e informes que no se corresponden con el estadio real del pueblo de Santiago.
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