La literatura latinoamericana inicia a partir
de la llegada de los colonizadores al nuevo mundo con los escritos de Cristóbal
Colón. El Almirante describió las formas
de vida de los nativos, la flora, la fauna y la exuberante naturaleza de las
desconocidas tierras Antillanas con el principal objetivo de informar y
documentar su travesía ante la Corona Española sobre su recorrido y desembarco
en las tierras del oro y las especias.
En este sentido los primeros escritos en
América carecen de estética literaria y se circunscriben a señalar en un
lenguaje técnico de navegante, sin recursos retóricos, presentes en la
literatura renacentista de la época, no empleados por Colón, porque desconocía
las formas de expresión literaria y por el poco manejo del castellano, dado que
su origen era italiano.
Con esto
inició la literatura americana cargada de elementos fantásticos y ambiguas
descripciones apreciativas.
En los siglos XVI y XVII la literatura
latinoamericana estuvo representada por escritores peninsulares europeos, que
centraron sus historias en crónicas de las hazañas del descubrimiento, la
conquista y la evangelización del nuevo mundo.
Alonzo de Ercilla (España, 1533-1594), con su
obra “La Araucana”, sobresale entre los primeros narradores apostados en el
continente. Un poema épico que narra las
batallas entre indios araucos de los territorios que hoy pertenecen a Chile y
los conquistadores europeos.
Garcilaso de la Vega (1539-1616), nacido del
mestizaje español-indígena, trascendió con su obra “Comentarios Reales”, basada
en los orígenes y el desarrollo de la civilización Inca.
Cristóbal de Llerena (España, 1541-1626), con
su “Octava de Corpus Cristy”, puso a vibrar a los seguidores de la poesía,
describiendo la forma inadecuada en que se planteó la evangelización en el
nuevo mundo.
Es a partir del siglo XVIII, coincidiendo con el espíritu libertario que comenzaba a sentirse entre las colonias, cuando la novela cobra auge en Latinoamérica. Era la época del romanticismo en Europa, inspirado en el desahogo, en la expresión del sentimiento de los seres humanos, formulado a través de la literatura, la pintura, el teatro, etcétera.
Escritores como Alonzo Carrido de la Vandera (España,
1715-1783), representan el romanticismo latinoamericano. Emigró joven a México y luego a Lima. Su obra “El lazarillo de ciegos caminantes,
desde Buenos Aires hasta Lima”, está considerada como un estudio sociológico,
por el caudal de información que en él se encuentran sobre economía, etnias y
geografía.
Otro autor, José Joaquín Fernández Lizardi (México,
1776-1827), lector de los clásicos latinos, de los reformistas de la
ilustración y los célebres escritores españoles. Su obra cumbre “El periquillo
sarmiento”, es una novela que aporta valiosa información virreinal en México en
el siglo XVIII, durante la transición del período colonial a la República.
Andrés Bello (Venezuela, 1781-1810), prolífero
escritor que atraviesa los límites del neoclasicismo y el romanticismo
latinoamericano.
El siglo XVIII en Latinoamérica representa un
período de poca producción literaria, la influencia del renacimiento español
marcó las obras de los más destacados escritores.
El siglo XIX es un período más fértil que el
anterior para la producción literaria.
Las ideas libertarias tomaron fuerza, y con ellas, el neoclasicismo que
enaltece a los héroes, promueve el nacionalismo y celebra los triunfos de las
guerras libertadoras.
El neoclasicismo aparece en América Latina en
los primeros años del siglo XIX. El
fervor político se convierte en la musa que influye la literatura en este
período.
Autores como Manuel de Zequeira y Arango (Cuba,
1860-1846), describe con versos neoclásicos el paisaje natural en “Silvas
americanas”.
Mariano Melgar (Perú, 1791-1815), con una
escasa pero importante producción literaria. Su poesía se aleja de los modelos
europeos neoclásicos, pero cargada de artificiosas odas patrióticas y
revolucionarias.
Los signos patrios son un referente del período
neoclásico latinoamericano, en cuyos versos abundan los latinismos clásicos y
un rico arsenal metafórico.
El romanticismo como género literario proclama
la renovación de las artes, fuera de los patrones establecidos por el
neoclasicismo que plantea un apego a los moldes de la corriente clásica
greco-latina.
Del 1830 al 1860, período conocido como “Anarquía”
en América, por la inestabilidad política, social, las guerras civiles,
gobiernos dictatoriales y separación de Estados, toma auge este movimiento.
Figuras como Esteban Echeverría (Argentina,
1805-1851), con su obra poética “Elvira o la novia del Plata”, 1832, inicia el
romanticismo argentino.
Félix María Delmonte (República Dominicana,
1819-1899), considerado como uno de los grandes forjadores de la literatura
dominicana del siglo XIX. Impulsó el
teatro en la época pre-republicana, al fundar junto a Juan Pablo Duarte la
sociedad teatral La Filantrópica. “Duvergé”, en la que condena el fusilamiento
del patriota dominicano, por Pedro Santana, es considerada su mejor obra
dramática.
Francisco Javier Angulo Guridi (República
Dominicana, 1816-1884), preciado como el representante más puro del
romanticismo dominicano. El drama “Iguaniona”, narrado en verso, introduce el
tema indigenista visto a la distancia de una raza ya extinguida en la isla.
José Mármol (Argentina, 1817-1871), su novela “Amalia”
implanta, a través de este género, el romanticismo en Argentina.
Gertrudis Gómez de Avellaneda (Cuba,
1814-1873), su novela histórica “Guatimozin, último emperador de México”, y “Enriquillo”,
de Manuel de Jesús Galván (República Dominicana, 1834-1910), forman parte de la
novela histórica del romantismo latinoamericano.
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