Agradezco al autor de
“Los misterios de la Sierra” haberme elegido para hacer la presentación de esta
obra.
Pienso que la coincidencia
de ambos, de ser narradores y periodistas, facilita entender el contenido y la
motivación de este conjunto de historias, aferradas a la zona rural encumbrada
en la Cordillera Central Dominicana, y sobre todo, de la esencia cultural que
de manera ecuánime Luis Alfredo Collado ha logrado rescatar.
Este legajo de historias
es un relato cuasi periodístico, cuasi literario, de un ejercitado redactor,
capaz de plasmar en oraciones, perfectamente entendibles por un lector llano,
vivencias e indagaciones arraigadas en el campo dominicano.
Y para ensanchar con el
público global y moderno, al final del libro hay un glosario, que permite al
lector entender el significado de muchos indigenismos, africanismos y términos
campesinos que todavía forman parte del lenguaje vivo de los habitantes
serranos ubicados en el lado norte de la cordillera Central.
Tony Rodríguez, Luis Alfredo Collado y Carlos Manuel Estrella |
Para colegir lo que es
una pionía, un piogán, un pachuché, una litera, una jalda, una mazamorra, un
tirigüillo, una barbacoa, entre otros vocablos que aparecen en el libro, es
necesario ir al glosario, sobretodo porque son palabras que habitan en las
mentes de muchos dominicanos, pero que su significado está hoy un tanto ajeno
al lenguaje actual.
Se trata 20 historias,
sutilmente comentadas y magistralmente contextualizadas. Es una obra con una extensión de 135 páginas,
formato media carta, con una tirada de 500 ejemplares, impresa en editora Buho,
bajo el cuidado de edición del doctor Piero Espinal, con la revisión de textos
de Andrés Acevedo y las ilustraciones de Alexander Welmaker.
El propósito medular de
esta obra es evitar en lo posible que desaparezcan las raíces culturales de la
dominicanidad y de las herencias españolas, indígenas y africanas que conforman
nuestra cultura.
En todas partes, el
campo está colmado de leyendas y mitos, incluso, en las áreas urbanas y
ciudades tocadas por la modernidad, las creencias populares intervienen en los
sentimientos y emociones de la población.
En Centroamérica, en
lugares que he visitado como Costa Rica, para sentar un ejemplo concreto,
existen leyendas muy parecidas, aunque con nombres distintos a las que
conocemos aquí, historias como la de la Cegua, la Llorona, el Padre
sin cabeza, la carreta sin bueyes, la Tulevieja, los duendes, etc,
El caso de la leyenda de
la cegua, es un personaje de Centroamérica, de origen mesoamericano, y que habla de un ser
espectral que se aparece por las noches en caminos solitarios en la forma de
una mujer muy hermosa, solicitando ayuda para que la lleven a algún poblado
cercano. Una vez que la criatura ha subido al caballo (o vehículo, en versiones
modernas), se transforma en un ser horripilante con la cabeza de una calavera
de caballo.
Otro personaje, La Llorona
es un espectro del folclore hispanoamericano que, según la tradición oral, se
presenta como el alma en pena de una mujer que asesinó o perdió a sus hijos,
busca a estos en vano y asusta con su sobrecogedor llanto a quienes la ven u
oyen. Si bien la leyenda cuenta con muchas variantes, los hechos medulares son
siempre los mismos
En la obra que nos
ocupa, encontrarse con un solenodonte, con una jutía, un galipote o una
ciguapa, es la expectativa latente en cada una de las historias serranas que
narra Luis Alfredo Collado, y en la que Pablito, es el personaje central que
azuza las respuestas a las dudas y a las interrogantes que se tejen en el
libro.
Tal como afirma el
Premio Nóbel de Literatura, Gabriel García Márquez, “Las cosas tienen vida
propia, todo es cuestión de despertarle el ánima”.
Así es como “Pedro el
Cruel”, el jinete invisible, entra al escenario sin ser visto, aunque el tropel
de su caballo lo delata, provocando pavor en los personajes, y por su puesto en
los lectores.
Aparece también la
ciguapa, la mujer de pelo pronunciado, de baja estatura, que atrae al varón
hasta un lugar del que nunca regresa. Y para atrapar a la encantadora criatura,
había que buscarla con un perro prieto cinqueño, una noche de luna llena.
Pablito entra en
complicidad con varios de sus profesores, para hacer más geniales las historias,
conversa con los instructores de Zoología, Física e Historia, convirtiendo el
aula en escenario de discusión de los temas mitológicos que no se registran en
los libros de textos.
El afán de Pablito era
estudiar los fenómenos excluidos por la ciencia. Sirve de ejemplo, el extraño
caso de la yegua de Elena, que todos los días amanecía empapada de sudor y con
trenzas cuidadosamente elaboradas como si seres extraterrestres le hubieren
tejido tales criznejas.
Un poquito de morbo
facilitaría el entendimiento de lo que le pasaba a la yegua de Elena, pero para
probar tal hipótesis era necesario observar el fenómeno durante largas horas
por las noches, lo que para un niño de 12 años no era aconsejable.
Pablito no era un niño
cualquiera, aprendió a leer con su madre, que tenía libros antiguos forrados de
cuero, heredados de un letrado español que había vivido de ermitaño en La
Sierra. Esos libros resultaron determinantes en la formación del niño en
cuestión, porque sirvieron para solucionar los acertijos que constantemente se
encrestaban en sus neuronas.
La obra también retrata
las tradiciones y creencias campesinas que con la modernidad han ido
desapareciendo de nuestra cultura. Ejemplo, que el jueves santo a partir del
mediodía no se puede ir buscar leña al campo ni bañarse en el río ni hacer
ruido; que la mujer cuando amanece con la regla (la menstruación) no puede
entrar al conuco porque daña los frutos, y que la cura de asma a un niño se
logra cortándole un mechón el primer viernes de luna nueva.
Otra característica del
personaje central es que es un gran oidor de las conversaciones de adultos, de
hecho todos los niños escuchan conversaciones y con el tiempo las razonan, solo
que en el caso de Pablito, él escucha y trata de comprobar seguido la verdad de
cada fenómeno o creencia.
Enrique Fernández, Luis Alfredo Collado y Piero Espinal. |
Un tema que llamó mi
atención, fue el de las botijas. No sabía que una botija pasa por distintas
etapas. Que cuando el propietario la
entierra quien la cuida es el diablo, que cuando el dueño muere la cuida Dios, y
que el muerto elige a quién darle la botija, y que si pasan diez años ya es
parte de la tierra, y suerte de quien la encuentre.
En fin, Luis y sus
historias de niño, perdón, quise decir Pablito, constituyen un valioso aporte
al rescate cultural dominicano, particularmente de todas aquellas tradiciones,
creencias y leyendas que se forjaron en las comunidades serranas de Jánico,
Sabana Iglesia, San José de las Matas, y en toda la franja norte de la
Cordillera Central a lo largo de siglos.
Al fin de cuentas, no
hay misterios en La Sierra, sino el encanto y la magia de una cultura y el
embrujo de unos personajes que si bien fueron vencidos por las máquinas, por
las luminarias urbanas, por los puentes y los muros, aun añoran volver a vivir
en el hogar de las ciguapas, a andar en burros, a beber agua de la tinaja,
aunque eso implique no barrer en viernes santo ni bañarse en el río, y que la
ciencia se niegue a explicar los acertijos de los hombres y las mujeres que
viven en el campo.
Muchas gracias.
PRESENTACION DEL LIBRO
“LOS MISTERIOS DE LA SIERRA”. AUTOR: LUIS ALFREDO COLLADO.
COMENTARIOS DE LA OBRA:
TONY RODRIGUEZ.
ALIANZA CIBAEÑA, 22 DE
SEPTIEMBRE DE 2015.
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